El 2023 fue el año en que comencé a tomarme con más seriedad mi hobby, el ciclismo. En mayo me compré mi primera bicicleta de ruta y empecé a hacer recorridos más largos y exigentes, Yerba Loca, Farellones, Pie Andino. Todos estos, circuitos más o menos parecidos en distancia y altimetría, rondando los 100 kilómetros y entre 1.000 y 2.000 metros de altimetría.
Ese año, me prometí llegar a Valle Nevado, un destino que siempre había visto como alejado de mis capacidades, pero que finalmente pude llegar en julio. (Si, en pleno invierno y con temperaturas bajo los 0 grados) Y fue ahí cuando me motivé, cuando me creí capaz de alcanzar nuevas metas. Fue ahí cuando conocí las Brevets, ciclismo de ultra distancia (200 kilómetros o más) donde pone a prueba tu capacidad física, mental y de auto suficiencia.
Fue así como me inscribí para la próxima Brevet del calendario, Vuelta a Coinco, la cual consistía en 300 kilómetros y 2.300 metros de altimetría. En parte me sentía confiado porque Valle Nevado tenía una altimetría cercana a los 2.600 y un par de semanas antes de la Brevet hice un circuito con 2.300 metros de altimetría.
Como no tenía experiencia en este mundo de la ultra distancia ni la auto suficiencia, solo fui con lo que yo creía que podía necesitar para comer: 2 botellas con agua, 1 par de plátanos y 1 par de barritas de chocolate tipo Snickers. La razón de llevar estas cosas, es que había leído que lo importante era contar con carbohidratos de absorción rápida y sales minerales que contiene el plátano para evitar los calambres. En elementos técnicos, llevé un par de cámaras, bombín de mano, parches, desmontadores y un juego de Allen. Por último llevé un par de ibuprofenos por si me venían dolores en el cuerpo. ¿Es suficiente lo que llevé? Veremos.
Partimos a las 6 de la mañana rumbo a Chada, el primer punto de control en el kilómetro 64. Iba nervioso y no sabía bien como afrontar el desafío, preocupado de que la cantidad de kilómetros fuera demasiado para mi. Decidí ir al ritmo que llevaban todos, pero cuando estábamos llegando a Pirque, varios comenzaron la fuga, pero decidí no seguir a nadie, separarme del grupo e ir a mi propio ritmo. A la altura de Pirque bajó bastante la temperatura hasta los 2 grados y mis manos y pies lo sintieron, pero sabía que no podía parar porque ahí si que me iba a congelar.
Llegado a Chada justo antes de la cuesta y habiendo pasado un par de horas, me sentía bien, con piernas y energía de sobra aun, por lo que solo me detuve unos pocos minutos y seguí adelante, listo para afrontar la cuesta. Luego en la cuesta, fue corta y relativamente intensa, pero sabía que con un buen ritmo podría hacerla sin mayor dificultad y una vez superada, unos kilómetros más allá, más o menos a la altura de Rancagua, vendría la segunda cuesta, la más larga: Coya.
La pendiente de Coya es menor a Chada pero es bastante más larga, pero gracias a las varias veces subiendo a Farellones, sentía que no iba a ser un problema. Pasado la cuesta se encontraba el segundo punto de control en el kilómetro 119. Fueron un poco menos de 6 horas para llegar ahí y ya comenzaba a sentir cansancio, por lo que decidí recargar energías con una buena empanada de pino y una bebida.
Seguí mi camino hacia el tercer punto de control, Coinco. Pasado un rato comenzaron los dolores en la espalda, por lo que tuve que detenerme en ruta un momento para aliviar el dolor y una vez llegado al punto de control, en el kilómetro 169, me sentía exhausto, pero sabía que aun tenía más de 130 kilómetros por delante. Fue aquí donde decidí descansar por más tiempo, cerca de 40 minutos y luego emprendí el viaje de vuelta a Santiago, el problema es que el trayecto de vuelta era casi todo un falso plano, es decir, que parece un camino en plano, pero que tiene un leve desnivel positivo. Fue aquí cuando descubrí las grandes subidas y cuestas se me dan bien pero son los falsos planos los que me destruyen física y mentalmente.
Entre Coinco y Alto Jahuel, que es el cuarto y último punto de control, habían casi 100 kilómetros de distancia, por lo que sabía que iba a ser un gran tramo a recorrer. Como ya iba de vuelta y llevaba más de la mitad de la Brevet, mi mente hizo un cambio, porque ahora en vez de sumar kilómetros, comencé a contar hacia atrás, es decir, en vez de ver cuánto kilómetros había avanzado, comencé a ver cuántos kilómetros me faltaban para llegar a meta y este quizás fue uno de los desafíos más complicados, mantener la calma y la ansiedad a raya por no desesperar, porque los kilómetros y el tiempo empezaron a avanzar más lentos y empecé a hacer un trabajo no solo físico, sino que también mental por mantenerme enfocado en el desafío.
Llegué a Alto Jahuel, estaba comenzando a anochecer, me dolía mucho la espalda y ya estaba chato, quería solo llegar a meta. Mi cuerpo y cabeza ya estaban cansados luego de haber recorrido 264 kilómetros. Pero sabía que solo quedaban los últimos 40, así que luego de unos 15 o 20 minutos emprendí el último tramo de vuelta a Santiago.
A la altura de Pirque ya no quería más guerra, fue un falso plano que me dejó desesperado por llegar, mi única motivación para seguir pedaleando era que si no lo hacía, nadie lo iba a hacer por mi, así que lo últimos kilómetros fueron más fáciles porque el falso plano se transformó en un desnivel negativo, ya estaba en la ciudad y sabía que solo era cosa de tiempo.
Finalmente llegué a meta, cansado, de noche y con la satisfacción de que me superé, de que luego de 13 horas y 22 minutos pude completar 300 kilómetros sin si quiera haber hecho 200 antes de eso, así que la respuesta es si, se pueden hacer 300 sin haber hecho 200. Pero requiere un gran esfuerzo de cabeza y piernas para conseguirlo. Así fue mi primera aventura de ultra distancia, pero no será la última.
Rolo.